Santa María asunta a los Cielos es para nosotros, hijos de la Iglesia peregrinante, un signo de esperanza
que brilla intenso en el horizonte, signo que nos atrae, nos alienta y
anima a seguir sus huellas y caminar juntos y confiadamente hacia donde
Ella se encuentra gloriosa junto a su Hijo resucitado.
¡El triunfo de María nos llena de
esperanza! Sí, al mirarla gloriosa tenemos la certeza confiada de que
también nosotros, bajo su guía y cuidado maternal, avanzamos hacia la
transfiguración gloriosa de nuestras existencias, hacia la plena
participación del amor y comunión de Dios, hacia la gloria definitiva y
máxima felicidad que sólo Dios puede dar al ser humano.
Pero María, asunta a los Cielos, no se
desentiende del destino terreno y eterno de sus hijos e hijas. ¡Todo lo
contrario! Ella, desde el Cielo, ejerce activamente su misión maternal.
Enaltecida y glorificada al lado de su Hijo, nos acompaña intercediendo
por nosotros, alentando nuestra esperanza y confianza en las promesas de
su Hijo, invitándonos a vivir con visión de eternidad, cuidándonos,
protegiéndonos, educándonos con sus palabras y el ejemplo de su vida
entregada al amoroso y servicial cumplimiento del Plan divino.
La Mujer que ahora y por toda la eternidad
ve plenamente colmada las esperanzas de su terreno peregrinar, nos
invita también a nosotros a ser hombres y mujeres de esperanza para
tantos que en el mundo de hoy carecen de esperanza. De este modo, todo
hijo/a de María esta llamado/a a ser signo de esperanza para muchos,
apóstol que lleve a cuantos más pueda al encuentro con el Señor
resucitado.
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